title: ā€œEl pintor de mariposasā€ author: ā€œRebeca SĆ”nchez Riveraā€ date: ā€œ8/9/2020ā€ output: html_document

EL PINTOR DE MARIPOSAS

Autor: Rafael Santos Torroella

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Ɖrase una vez un pintor pobre ya muy viejecito que vivĆ­a en una humilde buhardilla. Los vecinos no sabĆ­an nada de el; solamente que se llamaba el seƱor Juan, que no tenĆ­a familia ni amigos y que se las arreglaba el solo en su modesto cuartito, teniĆ©ndolo siempre muy bien aseado y alimentĆ”ndose poco mas que con un panecillo y una botella de leche que la portera le dejaba todos los dĆ­as junto a la puerta de su vivienda. El seƱor Juan habĆ­a sido en otros tiempos un buen pintor, pero hombre sencillo y sin pretensiones, preferĆ­a pintar a su gusto y no al de las personas que estaban en buena posición, y que sin duda le habrĆ­an ayudado a ser rico y famoso. AsĆ­ poco a poco fue perdiendo a sus clientes, hasta quedar completamente olvidado. Entonces, para ganarse la vida como pintor, tuvo que aceptar encargos muy humildes.

Últimamente su oficio no consistía mÔs que en retocar mariposas. En la ciudad había muchas personas, niños y mayores, que coleccionaban estos bellísimos insectos en cajitas con tapas de cristal dentro de las cuales las colocaban atravesadas con un alfiler y con las alas extendidas. Y ya sabían que si por cualquier cosa alguna de estas mariposas perdía sus bellos colores, había que llevÔrsela al señor Juan; quién enseguida la pintaba de nuevo, y muy artísticamente por cierto, con sus pinceles.

El seƱor Juan estaba un dĆ­a inclinado sobre su mesita de trabajo frente a la pequeƱa ventana de su cuartito cuando descargó un fuerte aguacero. ā€œPobres mariposillasā€ –exclamó viendo a travĆ©s de los cristales el cielo cubierto de nubes que se deshacĆ­an en gruesas gotas de lluvia- ā€œEl agua que estĆ” cayendo serĆ” muy cruel para las que no tengan dónde ampararseā€¦ā€ En esto, vio venir hacia el a una mariposa que agitaba angustiosamente sus alitas mojadas por la lluvia. Poco le faltó para que no pudiese llegar, pero hizo un esfuerzo supremo y consiguió cobijarse en un rincón de la ventana, quedĆ”ndose ahĆ­ inmóvil, como si estuviera muerta.

El seƱor Juan la contempló un momento, casi con lĆ”grimas en los ojos, pues estaba tan solo y se habĆ­a familiarizado tanto con las mariposas, que aquellos minĆŗsculos seres podĆ­a decirse que formaban parte de su misma vida. Abrió la ventana, y con muchĆ­simo cuidado tomo suavemente a la mariposa por las alas y se la puso en la palma de la mano. ā€œOh, vive todavĆ­aā€ –exclamó viendo que la mariposa se habĆ­a movido un poco- ā€œVoy a ver si consigo salvarla… pero pobrecilla, que maltrechas tiene las alas, con lo bellĆ­simas que debieron ser, a juzgar por las manchitas de color que aĆŗn le quedanā€.

Entonces encendió una vela, y sin quitarse a la mariposa de la mano, la fue acercando y retirando, procurando que no fuese excesivo para ella el calor de la llama, hasta que consiguió que se secara por completo. Poco a poco la mariposa se fue reanimando, y hasta se diría que, al volver de nuevo a la vida, se daba cuenta de que el señor Juan la había librado de la muerte; pues en su mirada, en sus pequeñitos ojos se reflejaba una infinita gratitud.

El anciano pintor se puso contentĆ­simo al verla revivir. Y entonces, decidido a coronar su obra exclamó: ā€œNo importa mi pobre mariposilla que la lluvia te haya maltratado, ya verĆ”s que alas tan bonitas te voy a pintarā€. Y en efecto, el seƱor Juan tomó los pinceles, los mojó en los tarritos de colores, y le fue pintando las alitas a la mariposa con los mĆ”s bellos matices del arco iris. Ella, como si se diera cuenta de la obra del pintor, se dejaba hacer dócilmente, y al final, cuando Ć©ste hubo terminado, la mariposa radiante de alegrĆ­a, extendió sus alas con orgullo y dio varios vuelos por la habitación como si estuviera en casa de la modista probĆ”ndose un nuevo y elegantĆ­simo vestido. DespuĆ©s dio varios giros delante del seƱor Juan, como despidiĆ©ndose, y salió por la ventana al aire libre, donde el sol ya lucĆ­a nuevamente.

Al otro dĆ­a estaba sentado el seƱor Juan frente a su mesa de trabajo cuando al alzar la vista observó con sorpresa que tres mariposas revoloteaban con insistencia ante los cristales de la ventana, como si quisieran entrar. ā€œCaramba, tres nuevas visitasā€-se dijo el seƱor Juan- ā€œParece que quieren algo estas mariposas. ApostarĆ­a que han visto las alas que le pintĆ© a su compaƱera, y vienen a pedirme de favor que les haga otras igualesā€.

Y claro que esto era lo que querƭan las mariposas: apenas les hubo abierto la ventana el seƱor Juan, cuando corrieron a posarse sobre su mesa, entre los tarritos de colores y los pinceles. El seƱor Juan, repuesto ya de la sorpresa, puso manos a la obra. Y al poco rato, con sus nuevos vestidos de gala, radiantes de contento, salƭan por la abertura de la buhardilla las tres lindas mariposas.

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A partir de entonces, raro era el dĆ­a en que el anciano pintor no recibĆ­a la visita de tres o cuatro mariposas, que acudĆ­an a el para que las engalanase como a sus compaƱeras. DirĆ­ase que, contĆ”ndoselo las unas a las otras, se habĆ­a corrido la voz de su arte maravilloso por el mundo de tan delicados insectos. El seƱor Juan estaba contentĆ­simo con esta nueva aplicación de su arte. ā€œQue feliz soyā€ –se decĆ­a- ā€œEsto me compensa de todas mis amarguras. Ellas, las mariposas, han sabido comprender el arte que yo tengo mejor que los hombresā€.

Pero, ”ay! abstraído en su trabajo el señor Juan se olvidaba muchos días hasta de comer. Sentado horas y horas ante su mesa ya ni siquiera salía a la calle en busca de los encargos que le permitían ganar algunas monedas con las que ir atendiendo sus necesidades, y claro el pobre viejo, aunque era feliz, se fue desmejorando poco a poco, hasta convertirse en poco mas que una sombra de si mismo.

Un dĆ­a, al subir la portera como de costumbre a dejarle la botella de leche y el panecillo junto a la puerta, se encontró con que aĆŗn seguĆ­an ahĆ­ los que habĆ­a puesto el dĆ­a anterior. ā€œQue raroā€ –exclamó- ā€œĀæLe habrĆ” pasado algo al seƱor Juan?ā€. Muy preocupada llamó varias veces a la puerta. Pero nadie le contestó. Entonces fue a buscar una llave, y pocos minutos despuĆ©s cuando pudo entrar al cuartito, se encontró con el pobre anciano, y ya habĆ­a muerto. AllĆ­ estaba, ante su mesa, con la cabeza caĆ­da sobre sus brazos. El sol que entraba a raudales por la ventana, le baƱaba el bondadoso rostro. Debió morir muy dulcemente mientras trabajaba, pues tenĆ­a una sonrisa en los labios y aĆŗn sostenĆ­a un pincel entre los dedos.

Como el señor Juan no tenía familia y era muy pobre, la portera tuvo que avisar al Ayuntamiento para que éste se ocupara del entierro. Y aquella misma tarde acudió a su casa el humilde servicio municipal de funerales para conducir los restos del viejo pintor al lugar de su eterno descanso.

Pero apenas echó a andar el destartalado coche, arrastrado por un caballo de mala muerte y sin que nadie formara parte de la comitiva, cuando apareció delante de el una linda mariposa. Esta revoloteó unos instantes sobre el feo carruaje y después fue a posarse encima del ataúd. A los pocos pasos no una, sino diez mariposas hicieron lo mismo. Unos transeúntes que por allí pasaban se detuvieron muy sorprendidos al advertir la presencia de aquellas mariposas. Pero la cosa no paró ahí: unos metros mas adelante acudieron mÔs de cien mariposas, a continuación otras cien y así, ante el asombro de la gente que se fue congregando en torno al carruaje formando copiosa multitud, millares y millares de alegres mariposas, todas ellas de colores bellísimos, engalanaron el coche fúnebre que conducía el cuerpo del señor Juan.

Nunca se habĆ­a visto en la ciudad un entierro tan maravilloso. El anciano pintor recibĆ­a asĆ­ el tributo de agradecimiento de las mariposas; y fue enterrado con un esplendor tal que hasta los mismos reyes envidiarĆ­an.

FIN

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El pintor de mariposas

El seƱor Juan