Carl Sagan nació en Brooklyn el 9 de noviembre de 1934. Su familia era judía proveniente de Ucrania. Su padre, Sam Sagan, era un trabajador de una industria textil, y su madre, Rachel Molly Gruber, se dedicó al cuidado de sus hijos. También tuvo una hermana: Carol. La familia vivió en un modesto apartamento cerca del Océano Atlántico, en Bensonhurst, un barrio de Brooklyn.
En la década de los ’50 participó como asesor y consultor de la NASA. Trabajó activamente en los programas espaciales Mariner, Viking, Voyager y Galileo. Fue instructor en el programa Apolo; jugó un rol decisivo en las investigaciones planetarias: ayudó a descifrar las altas temperaturas en Venus al emplear la teoría del efecto invernadero masivo y global, los cambios estacionales de Marte y las nubosidades rojizas de Titán. Después de sufrir mielodisplasia durante dos años, y tres trasplantes de médula ósea (el donante fue su hermana), murió de neumonía a la edad de 62 en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson en Seattle, Washington, en la madrugada del 20 de diciembre de 1996.
Tenía una capacidad extraordinaria de comunicación, que supo aprovechar para compartir su pasión. Fue un científico diferente, en el sentido de que no tenía miedo a entrar en territorios que no eran estrictamente científicos. Sabía conectar con la gente. Probablemente, porque en ningún momento optó por presentar la ciencia como el mundo de unos pocos elegidos, solo comprensible para ellos. Carl Sagan trataba al espectador como un igual. Hacía sentir que no te estaba explicando algo incomprensible. Te lo estaba enseñando.
El 14 de febrero de 1990, siguiendo una sugerencia de Carl Sagan, la sonda espacial Voyager 1 tomó una fotografía de la Tierra desde unos 6.050 millones de kilómetros de distancia. La imagen se convirtió rápidamente en una de las más emblemáticas e influyentes de la historia de la ciencia. Carl Sagan tituló una de sus obras “Un punto azul pálido” inspirándose en esta fotografía.
Aquí una de sus reflexiones sobre esta imagen:
“El más distante punto, La Tierra. Así, tal vez no tenga particular interés, pero para nosotros, es diferente. Consideremos nuevamente este punto. Esto que está aquí, es nuestro hogar. Eso somos nosotros. En él están todos los que amamos, todos los que conoces, todos de quiénes has oído hablar, y todos los seres humanos, quienes fueran, que han vivido sus vidas. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de religiones seguras de sí mismas, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cada cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y cada campesino, cada joven pareja de enamorados, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada maestro moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y cada pecador en la historia de nuestra especie, vivió ahí: en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol. La Tierra, no es más que un pequeñísimo grano en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por cientos de generales y emperadores para conseguir la gloria y ser los amos momentáneos, de una fracción, de un punto. Piensa en las crueles visitas sin fin que los habitantes de una esquina de éste píxel hiciera contra los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra supuesta importancia, la ilusión de que tenemos un lugar privilegiado en el universo. Todo eso es desafiado, por este pálido punto de luz. Nuestro planeta es un solitario grano de polvo en la inmensa oscuridad cósmica que todo lo envuelve. En nuestra oscuridad, en toda esa inmensidad, no hay ni un indicio de que la ayuda vendrá de otra parte para salvarnos de nosotros mismos .La Tierra es el único mundo conocido hasta el momento capaz de albergar vida. No existe otro lugar, al menos en el futuro cercano, al cual nuestra especie pueda migrar. ¿Visitar? sí, ¿establecerse? aún no. Nos guste o no, por el momento, La Tierra es el lugar donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia constructora de carácter y humildad. Quizá no existe mayor demostración de la locura de la presunción humana, que esta imagen distante, de nuestro diminuto mundo. Para mí, recalca nuestra responsabilidad, de ser más amables los unos con los otros, y de preservar y cuidar, ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido. "