Economía Política

Lecturas para debate: ¿regulación o incentivos?

Prof. David Castells (Departamento de Economía Aplicada) , Obryan Poyser (Departamento de Economía Aplicada)
2018-10-23

Table of Contents


Preguntas

  1. ¿Hasta qué punto la intervención pública riñe con los incentivos?
  2. ¿Cómo regular y fomentar los incentivos adecuados?
  3. Ejemplos de falta de incentivos o incentivos inadecuados, y sus consecuencias.

Lecturas básicas

Regulación o motivación, esa es la cuestión

Autor: Marcos Vera Hernández

Hace dos semanas pasé la tarde en la guardería a la que va mi hijo en Londres. Los profesores de la guardería animan a los padres a ir cuando pueden para ayudarles con distintas tareas, y mi hijo ya me había preguntado en un par de ocasiones que cuándo iba a ir. Así que fui, y me puse a disposición de los profesores para hacer lo que ellos quisieran. Pronto saltó a la vista que las manualidades no son lo mío, y me pusieron a hacer puzles con los niños.

Entre pieza y pieza del puzle, observaba lo que pasaba en la guardería. Como padre, tienes curiosidad por lo que pasa puertas adentro, así que cuando podía observaba discretamente cómo se comportaban los niños y su interacción con los profesores. Pronto me sorprendió el tiempo que los profesores pasaban sacando fotos y tomando notas de lo que hacían los niños. Los profesores hacían diversas actividades con los niños, pero se les veía muy preocupados por sacar bien las fotos y anotar bien las observaciones que hacían de los niños.

No es culpa de los profesores, resulta que el regulador de las guarderías (y de otros centros educativos), les exige a los centros que documenten muy bien las actividades que hacen con los niños, así como el progreso de cada niño. Esta información se utiliza para evaluar al centro, dar recomendaciones, y calificar al centro como excelente, muy bueno, adecuado, o que necesita mejorar.

Estando en la guardería, no podía parar de pensar que preferiría que la regulación no existiera, y que los profesores se pudieran dedicar por completo a interactuar con los niños y no se tuvieran que preocupar de tomar notas. Luego, estando ya en casa, me puse a pensar más fríamente en la racionalidad de la regulación, en su razón de ser. Finalmente, llegué a la conclusión que es una regulación de mínimos. Gracias a las fotos y las detalladas observaciones, el regulador se asegura que se realicen actividades adecuadas con los niños, y que éstas sean suficientemente variadas. Pero, posiblemente limita el máximo que se puede alcanzar: en una guardería con personal muy motivado y donde la regulación está de más, se tienen que dedicar a escribir observaciones y sacar fotos, en lugar de dedicarse al 100% a los niños tal y como el personal seguramente preferiría.

Por si fuera poco, me encontré una semana después con una profesora de otra guardería a la que solía asistir me hijo. Hablando de todo un poco, me dijo que ya no trabajaba allí. Me pareció una pena, porque se le notaba que realmente le gustaba trabajar con niños, y mi hijo siempre hablaba muy bien de ella. Y la razón que me dio fue que se tenía que pasar las noches transcribiendo y organizando observaciones. Parece que la regulación está reñida con la motivación.

Como padre, prefiero el personal muy motivado que no este tipo de regulación de mínimos. Pero claro, eso es más fácil decirlo que hacerlo. ¿Cómo se puede asegurar el regulador que se contrate a personal tan motivado?

En una empresa comercial, la respuesta podría pasar por poner un contrato de trabajo que tenga una remuneración fija baja pero comisiones altas por ventas. Esto aseguraría que sólo los que creen que van a estar muy motivados a vender estén interesados en el trabajo. Un enfoque parecido es factible en la guardería, por ejemplo pagando más al personal si los niños consiguen mejores resultados en pruebas de habilidades cognitivas. Pero, ¿es deseable? A primeras nos da cierta cosa que ese tipo de contrato atraiga a profesores que estén demasiado interesados en el dinero y muy poco en los niños… Después de unos meses de empezar, deciden que eso no es lo suyo y se van.

¿Cuánta evidencia hay de efectos negativos de los incentivos en la contratación de personal en sectores sociales como el de la salud y la educación? ¿Atraerían los incentivos materiales a personal que esté menos interesado en beneficiar a otros, menos altruista? No soy consciente de que haya evidencia empírica al respecto, ni a favor ni en contra, excepto por este artículo muy interesante de Nava Ashraf, Oriana Bandiera, y Scott Lee, aunque en un contexto muy distinto con el que empecé la entrada, y donde el incentivo no es directamente monetario, sino de posibilidades de promoción. El objetivo del artículo es investigar la relación entre las posibilidades de promoción en un trabajo del sector social y el tipo de trabajadores que atrae.

Los autores colaboran con el gobierno de Zambia en la campaña de contratación al puesto de “asistente comunitario de salud,” que se ha de encargar de visitar los hogares y darles consejos de salud. Utilizando una metodología experimental (RCT, léase aquí su importancia creciente en la economía del desarrollo), 48 distritos del país se dividen al azar en dos grupos: uno donde el anuncio del puesto de trabajo enfatiza las posibilidades de promoción a puestos superiores del ministerio de salud (por ejemplo, enfermería), y otro grupo de distritos donde el anuncio enfatiza los beneficios a la comunidad. Los autores recogen diversas medidas del altruismo y motivación social de los asistentes comunitarios de salud y encuentran que no hay diferencias entre los asistentes comunitarios contratados en distritos donde el anuncio enfatizaba las posibilidades de promoción y los asistentes contratados donde se enfatizaba los beneficios a la comunidad. Es más, aunque los incentivos reales de promoción eran los mismos, los asistentes contratados en distritos donde el anuncio enfatizaba las posibilidades de promoción trabajaron más eficientemente, e hicieron más visitas a los hogares.

Claramente, no podemos sacar estos resultados de contexto, y no podemos extrapolarlos a otras realidades. Pero sí es cierto que los resultados me hacen pensar que quizás deberíamos contemplar la idea de utilizar incentivos materiales en sectores sociales para atraer al personal más motivado. Aunque, ahora que lo pienso, los incentivos no dejan de ser regulación… ¿Volvemos a empezar?

¿Bajo qué condiciones (no) funcionan los incentivos económicos para modificar el comportamiento?

Autor: Pedro Rey Biel

Como se ha dicho frecuentemente en este blog (por ejemplo Manuel Bagués aquí, Antonio Cabrales aquí o Sara de la Rica aquí) los economistas pensamos que los “incentivos importan”. Los incentivos económicos se utilizan con frecuencia para estimular un comportamiento deseado por parte de la persona que los recibe. La “ley básica del comportamiento” implica que cuanto mayor sea el incentivo ofrecido mayor será el esfuerzo de quien lo recibe y mejor su resultado. En muchas empresas se pagan con frecuencia incentivos para motivar a sus empleados a alcanzar ciertos objetivos. En los últimos años, se ha popularizado el uso de incentivos fuera del entorno laboral. Pero, ¿realmente funcionan?. ¿Se debería pagar a los estudiantes por no faltar a clase, por ampliar sus hábitos de lectura o por sacar mejores notas?, ¿conseguirían los incentivos aumentar la contribución individual a ciertos bienes públicos, como la donación de sangre o la donación de órganos? ¿pueden ayudar los incentivos a inculcar hábitos saludables como el dejar de fumar o el hacer ejercicio?

Estas y otras aplicaciones del uso de los incentivos suelen provocar un intenso debate. Quienes defienden su uso en estas áreas argumentan que los incentivos simplemente refuerzan el comportamiento deseado porque añaden razones adicionales para llevar a cabo acciones que hasta cierto punto nos pueden resultar costosas. Por el contrario, sus detractores apuntan que los incentivos pueden sustituir la propia “motivación intrínseca” para esforzarse y que, por tanto, pueden tener efectos negativos. Esta sustitución puede tener especial importancia en el medio plazo, cuando quizá los incentivos económicos no puedan ya ser pagados, y el individuo puede haber perdido su motivación inicial para esforzarse.

El ofrecer un incentivo económico puede afectar al comportamiento de quien lo recibe de una manera que no anticipa por la teoría económica tradicional. La razón fundamental es que el mero hecho de ofrecerlo aporta información que puede influir en decisiones como cuánto esforzarse o cuánto contribuir a un bien público. Los incentivos contienen información sobre quien lo paga, sobre quien lo recibe, sobre lo costosa que es la tarea exigida o sobre la interpretación que otros puedan hacer de nuestras verdaderas motivaciones. Por ello, el diseño óptimo de incentivos es una cuestión compleja que debe tener en cuenta estos aspectos. En particular, la forma en que se ofrecen y la cuantía de los incentivos ofrecidos son fundamentales.

Un incentivo bajo puede enviar una señal de que el esfuerzo requerido no es muy apreciado, e incluso se puede llegar a tomar como un insulto y provocar que alguien se esfuerce aún menos de lo que lo hubiera hecho sin incentivo. Por ejemplo, en un experimento de campo realizado junto con Uri Gneezy, observamos que la tasa de respuesta a un cuestionario sobre hábitos de consumo de una cadena alimentaria se reduce a la mitad (del 7% al 3.5) cuando se ofrece un dólar por contestar, respecto a cuando no se ofrece ningún incentivo. Un incentivo excepcionalmente alto, podría indicar que la tarea que a uno le piden es más costosa de lo esperado, o incluso más peligrosa. Por ejemplo, se ha observado que cuando a los vecinos de un pueblo se les ofreció dinero por aceptar la instalación de una planta de residuos nucleares cerca de su vecindario, la oposición al proyecto creció de forma importante.

Los incentivos pueden cambiar la imagen que otros tienen de nosotros o incluso lo que nosotros pensamos de nosotros mismos. Cuando alguien que realiza actividades altruistas pasa a hacer la misma actividad como parte de un trabajo remunerado, puede ocurrir que pierda parte de su motivación, que quizá esté inducida por la generosidad pura pero quizá también por la buena imagen que proyecta sobre uno mismo y sobre los demás, y pase a esforzarse menos o a intentar beneficiarse, incluso ilícitamente, de su actividad.

En un artículo reciente junto con Uri Gneezy y Stephan Meier, revisamos la evidencia existente sobre los efectos anticipados que pueden provocar los incentivos en algunos de los ámbitos que he señalado. Gran parte de esta evidencia es obtenida de experimentos de campo e intervenciones públicas, que permiten compara, frente a un grupo de control en el que no hay intervención, qué ocurre cuando se ofrecen incentivos de distintos tipos y cuantías con qué ocurre cuando no se ofrecen incentivos. Veamos qué es lo que observamos respecto a las preguntas planteadas al principio de esta entrada:

  1. Pagar a los estudiantes puede ser efectivo si lo que se pretende es que adquieran una nueva capacidad, como aprender a leer, o cuando los alumnos tienen claro cómo su esfuerzo se traslada en un mejor resultado (ser puntual, o llevar uniforme), pero no está tan claro que sea útil cuando los alumnos desconocen hasta qué punto sus horas de estudio se trasladarán a una mejor nota. Por mucho que un estudiante entienda el mensaje de que con un incentivo tiene mayores razones para esforzarse, puede no ser suficiente si no sabe cómo mejorar sus notas para obtener el incentivo. Además, se ha observado que estudiantes de distinto género o nivel de habilidad responden de forma distinta a distintos tipos de incentivos. En todo caso, el debate sobre el uso de incentivos en este campo es importante, pues entronca en un debate más amplio sobre no sólo la posible efectividad de los incentivos, sino también sobre su interacción en contra de una forma extendida de entender la educación, como es el inculcar sentido de responsabilidad en los alumnos, independientemente de que obtengan compensaciones inmediatas por sacar mejores notas.

  2. Los incentivos económicos pueden conseguir que aumenten las donaciones de sangre. Sin embargo, esto podría provocar a la vez un “efecto selección”: aquellos que donan sangre por razones altruistas o de imagen, pueden dejar de hacerlo cuando se les paga por ello. De esta forma, los nuevos donantes serán aquellos que se mueven por razones económicas. Esto puede traer efectos adversos, apartde obvios problemas éticos en el caso de la donación de órganos, si estos individuos son realmente los que tienen menor renta, pues existe hasta cierto punto correlación positiva entre capacidad económica y salud. Por ello, los incentivos económicos pueden provocar una disminución de la calidad de la sangre donada.

  3. Por último, los incentivos económicos pueden ayudar a crear hábitos saludables. Cuando uno decide comenzar a ejercitarse, se observan sólo los costes a corto plazo de dicha decisión (el sudor, el dolor, la pérdida de tiempo libre) y no tanto sus beneficios a largo plazo (mejoras en salud, en estado anímico o en imagen). Por ello, los incentivos pueden dotar de una motivación inicial extra, que no sería necesaria en el medio plazo cuando se empiezan a observar las mejoras. Sin embargo, en ámbitos como el dejar de fumar, la adicción puede llegar a ser tan fuerte, que aunque los incentivos hayan funcionado relativamente bien en el corto plazo, han tenido poco éxito en crear ex_fumadores en el largo. No obstante, en ocasiones el corto plazo es vital si, por ejemplo, con el uso de incentivos podemos logar que las mujeres dejen de fumar durante el embarazo.

Anticipar las consecuencias de ofrecer incentivos implica por tanto comprender no sólo el efecto directo que pueden tener, el que asocia mayor pago a mayor cumplimiento con el comportamiento esperado, sino también los efectos indirectos a través del mensaje que envían.

Si se desea profundizar más:

“When and Why Incentives (Don`t) Work to Modify Behavior.” Gneezy, Uri; Meier, Stephan; Rey-Biel, Pedro. JOURNAL OF ECONOMIC PERSPECTIVES, 25(1): 191-210 (2011).

Lecturas complementarias

El impacto negativo de las desigualdades en el desarrollo económico

Autor: Vicenç Navarro

Artículo de Vicenç Navarro que se publicará en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 11 de septiembre de 2014.

Este artículo señala que, en contra de lo que sostienen las tesis neoliberales, las desigualdades, tanto de riqueza como de renta, son un impedimento para el crecimiento económico. La recesión actual, causada por el gran incremento de las desigualdades, así lo muestra.

Una postura muy extendida en el dogma neoliberal es que las desigualdades de renta y riqueza en un país son un aliciente para la buena marcha de la economía. Es decir, que son necesarias y buenas para el desarrollo económico. Tal postura subraya que el hecho, por ejemplo, de que haya una minoría con mucho dinero y riqueza, muy por encima de todos los demás, incentiva a estos últimos –los demás- a intentar pertenecer a esta minoría en la cúspide. Otra manera de expresar esta postura es subrayando la necesidad de que haya un gradiente acentuado de riqueza y de rentas, pues, así, cada persona en esta escala quiere llegar a un nivel superior, motivando a la gente para que cada vez quiera llegar a más y más. Se señala que es así como funciona el sistema económico y financiero, basándose en el principio de que cada individuo desea alcanzar a los que están por encima de él o ella. De esta manera se considera que a mayor desigualdad en un país, mayor es el incentivo para subir en la escalera social, trabajando más y más, lo cual repercute en un mayor crecimiento económico. De este postulado neoliberal se concluye que cualquier intervención pública encaminada a la redistribución de la riqueza y de las rentas es negativa, pues disminuye y retrasa el crecimiento económico.

Existe otro argumento en el ideario neoliberal que también intenta justificar la concentración de la riqueza y de la renta, señalando que es bueno para el desarrollo económico que haya gente muy rica, pues son los súper ricos los que ahorran más, con lo cual hay más dinero para invertir y para estimular el crecimiento económico. Se establece así una línea argumental que asume que a mayor concentración de las rentas y riqueza, mayor ahorro, el cual lleva a una mayor inversión y a un mayor crecimiento económico. De esta línea argumental se concluye que se requieren políticas públicas que favorezcan esta concentración, pues se está así favoreciendo el crecimiento económico. Todas las reformas fiscales del gobierno español actual, presidido por Rajoy, encaminadas a favorecer a las rentas superiores, se justifican en estos términos.

¿Qué evidencia existe para apoyar estas tesis neoliberales?

Veamos en primer lugar la evidencia que existe referente al primer postulado, el que indica que las desigualdades incentivan a los individuos a trabajar más, aumentando así la productividad, como consecuencia de aumentar la intensidad en el esfuerzo laboral. Pues bien, la evidencia existente apunta precisamente en el sentido opuesto. Los trabajos de los profesores William Easterly de la New York University y Gary Fields de la Cornell University muestran que, en general, los países y regiones dentro de los países que tienen menos desigualdades de renta crecen más rápidamente que los que tienen más desigualdades. Lo que es igualmente importante es que cuando se analiza la calidad del crecimiento económico (teniendo en cuenta el tipo de crecimiento y su impacto en el medioambiente), los países y regiones menos desiguales tienen crecimientos de mayor calidad que los más desiguales.

Lo mismo ocurre cuando se considera la riqueza, es decir, la propiedad de los medios que generan renta, tales como la tierra. Existen ya muchos estudios que muestran que en aquellos países en los que la tierra está menos concentrada, la productividad en su explotación es mayor que en aquellos países en los que hay grandes latifundios. Y lo que es incluso más importante es que la mayor productividad se alcanza cuando los agricultores trabajan cooperativamente, en tipos de trabajo asociativo como cooperativas agrícolas. En EEUU, la mayor productividad agrícola no se da en las grandes explotaciones, sino en las pequeñas con relaciones cooperativas, como ocurre entre las granjas del grupo religioso Mennonites en Pensilvania. Otro ejemplo es lo ocurrido en Japón. El gran resurgimiento de la economía japonesa después de la II Guerra Mundial fue resultado de la reforma agraria, impuesta por los aliados a Japón, como medida de romper la oligarquía japonesa basada en las grandes familias terratenientes.

Por qué los salarios bajos no son buenos para el desarrollo económico

Otra muestra del error de la teoría de los llamados incentivos es la baja productividad causada por las desigualdades, siendo España un ejemplo de ello. Los bajos salarios en España son una de las causas de la baja productividad. Si los salarios fueran más altos, ello forzaría al empresario a invertir más, a fin de aumentar la productividad de cada trabajador. No es, como constantemente se dice y escribe, que la baja productividad determina bajos salarios, sino al revés, los bajos salarios son los que determinan la baja productividad. Si el dueño de las viñas de Tarragona tiene una gran abundancia de personas para trabajar en las viñas, es probable que les pague muy poco. Si no los tuviera, invertiría más para aumentar su productividad. Aumentar los salarios en un país es una medida esencial para aumentar la productividad, una realidad ignorada, cuando no ocultada, en nuestro país, donde el empresariado tiene un enorme poder y los sindicatos tienen poco. En realidad, la evidencia muestra que cuanto mayor es la fuerza de los sindicatos de clase, mayores son los salarios y mayor es la productividad de un país. Añado lo de sindicatos de clase, pues los sindicatos corporativos (lo que en inglés se llama business unions), con sus demandas, pueden aumentar las desigualdades dentro del mundo laboral. Tal como señala Chris Tilly en su excelente artículo “Geese, Golden Eggs, and Traps: Why Inequality is Bad for the Economy”, la sindicalización de la fuerza de trabajo en las industrias estadounidenses en los años treinta y cuarenta (estimulada por el New Deal) jugó un papel clave en aumentar la productividad.

En realidad, las desigualdades han sido la causa de la crisis

En los años cincuenta hubo una teoría muy promocionada por los estamentos de gran poder económico (que reflejan el punto de vista de los súper ricos), que postulaban que la mejor manera de reducir las desigualdades era el crecimiento económico. El autor más conocido, promotor de esta visión, fue el Premio Nobel de Economía Simon Kuznets. Su argumento parecía lógico y razonable. A medida que la población laboral pasa de trabajar en la agricultura (que tiene unos salarios bajos) a la industria (que tiene unos salarios altos), hay menos desigualdades. La realidad, sin embargo, es distinta. Las mayores desigualdades no ocurren dentro de la fuerza laboral, sino entre los que derivan sus rentas del capital (los capitalistas, término que ahora no se utiliza por creerse erróneamente que es un término anticuado) y los que las derivan del trabajo (los trabajadores, que hoy son la gran mayoría de la población). Esta distribución de las rentas está determinada primordialmente por razones políticas, no económicas. Cuanto mayor es el poder de los propietarios del capital (que concentran la riqueza y las rentas) mayores son las desigualdades y cuanto mayor es el poder los asalariados y empleados menos desigualdades hay. Y es ahí donde está la raíz del tema de las desigualdades. El gran poder del mundo del trabajo que se dio a los dos lados del Atlántico Norte en el periodo 1945-1980 fue la mayor causa del crecimiento de la economía y del decrecimiento de las desigualdades. Este decrecimiento se revirtió con el cambio político en los años ochenta, con las políticas públicas neoliberales del Presidente Reagan y de la Sra. Thatcher, de las que se apropiaron más tarde también las izquierdas gobernantes, que pasaron de la socialdemocracia al socioliberalismo. A partir de entonces, las rentas del capital se han incrementado enormemente, de manera tal que en muchos países, como España, estas rentas representan un porcentaje del PIB incluso mayor que las rentas del trabajo. Esta enorme concentración de las rentas y de las riquezas y el empobrecimiento de los trabajadores son las causas (silenciadas e ignoradas) de la gran recesión y el bajo crecimiento, como he mostrado extensamente en mis trabajos. Es interesante que incluso la OCDE acaba de reconocer este hecho. El mayor problema de la economía europea, incluyendo la española, es la escasa demanda, que está paralizando la economía de estos países. No es mera casualidad que en la UE-15 los países con una mayor recesión hayan sido los que tienen mayores desigualdades. España es un claro ejemplo de ello.

¿Quiere prosperidad? Pues incentive la competencia

Entrevista a Rober Lucas por Lluís Amiguet

Comentario: La diversidad suma Esperaba que Lucas, discípulo del patriarca ultraliberal de los Chicago Boys, Milton Friedman, nos diera un recital antiestatalista, pero encuentro un científico social que, sí, defiende la competencia como madre de la ciencia, pero también juzga imprescindible el Estado de bienestar: no quiere que sus nietos vean a nadie morir en la calle por no poder pagar un hospital; pero tampoco le gusta que un Estado ineficiente le quite 100 dólares en impuestos para darle servicios que no valen ni 50. La virtud está, concluye, en financiar con dinero público las mejores iniciativas privadas, como en algunos de los colegios concertados españoles. Y es que la diversidad suma cuando logra conciliar lo mejor de cada doctrina.

Porque hemos sido más conscientes de que no se puede salir de una recesión con deflación. No sabemos aún bien por qué, pero con ella ninguna economía puede crecer.

Lo pudimos comprobar en EE.UU. en los años treinta; lo ha podido comprobar y sufrir Japón y estos años también lo ha padecido Europa.

Pues simplemente inyectar más dinero en el sistema. Y eso deben hacerlo sin complejos los bancos centrales cuando es necesario, y es necesario cuando la inflación es menor al 2%.

Pese a todo, en EE.UU. a muchos se nos hizo muy largo el estancamiento. El anterior presidente de la Fed, Bernanke, actuó pronto, pero muchos creyeron que se podía hacer más y más rápido. Y Janet Yellen también lo hace bien: si la inflación no llega al 2% –y ahora está en el 1%–, no tiene por qué tener ninguna prisa en subir los tipos. Y no la tiene. ¡Bien hecho!

No funcionan. Lo mejor es que el banco central genere liquidez. Eso sí sabemos que funciona y siempre ha funcionado en EE.UU.

El señor Draghi no tiene la culpa de lo que se ha encontrado, pero tiene la responsabilidad de arreglarlo. Y para eso, debe generar la liquidez suficiente con los mecanismos que considere convenientes hasta que aumente la inflación.

Es difícil hacer políticas monetarias para contentar a cada país: Alemania, Francia, España, Italia… Deben dejar ya de pensarse como países y actuar como una sola zona monetaria.

Hoy ya tenemos mecanismos para ir corrigiéndolo. Necesitamos tener claros estos mecanismos y aplicarlos. Lo que no funciona es levantar muros en la frontera con México, como está pidiendo un candidato presidencial de mi país: esa sería una colosal estupidez económica.

La competencia es buena; el monopolio es malo. Todo cuanto obligue a la gente a esforzarse e ingeniar sistemas para crear valor y competir es bueno para todos. Y con la competencia y la diversidad todos aprenden de todos.

El sistema de autobuses y taxis en Chicago era ineficiente. Se introdujo más competencia para que hubiera más operadores y ahora funciona mejor. ¿Sabe por qué los jóvenes norteamericanos están emigrando hacia el sur?

Porque los inversores evitan el control sindical de los estados del norte y se van al sur, donde están creando mejores empleos, porque allí todos pueden competir sin que dependan de lo que le conviene a un sindicato o a otro.

La desigualdadper se no es mala para el sistema y la diversidad humana es definitivamente buena: si todos fuéramos iguales, nunca nadie aprendería nada de nadie. Eso no quiere decir que permitamos que alguien se quede sin sanidad o educación por no poder pagarla. Debemos establecer mecanismos para que los más pobres también estén protegidos.

Hay que evitar monopolios y permitir que la libre iniciativa social y privada pueda beneficiarse del capital público para competir y crear valor para todos. Me encanta el sistema español de subvenciones a las escuelas privadas con dinero público: con ellas se obtiene un beneficio social con apoyo de todos.

Es un paso atrás. Mire: yo llevo una cadera de titanio. No tuve que hacer colas ni listas de espera, porque tengo una buena mutua privada. Creo que los pobres han de tener una sanidad pública, pero ¿por qué obligar a todos a tener la misma sanidad? ¿Por qué no introducir en ella mecanismos de competencia con diversidad de operadores y de sistemas?

Pues lo que veo en Canadá y la UE no me gusta: hay colas y falta competencia en la sanidad. Los pobres tienen que ser protegidos; el resto ha de tener libertad de elegir y de competir.

¿Por qué todos hemos de tener el mismo sistema de pensiones? ¿Por qué obligar a nadie a ahorrar a la fuerza? ¿Por qué no personalizar las prestaciones sociales como personalizamos hoy los tratamientos médicos?

Hoy tenemos tecnologías capaces. Y estamos experimentando con las matemáticas de la mecánica cuántica para personalizar también los análisis y los modelos económicos y dejar de suponer que todos los sujetos actúan igual.

Nuestros nietos cuadruplican nuestra renta y, en general, nuestras condiciones de vida a su edad. Pero también es cierto que la de-sigualdad ha aumentado: hoy hay más diferencia entre ricos y pobres, pero los pobres de hoy lo son menos que los de antaño.