Las busetas salían a las 7 de la mañana desde San José hacia Bajos del Toro, era una excursión con mucha gente que nunca antes había conocido, mi idea era ir con un par de amigas del barrio, Fiorella y Madison, la segunda escasamente conocida. Pues fue ahí, tomando el bus hacia San José, que recibí la primera carga positiva, me di cuenta que mi mejor amigo Jose Daniel, de último momento, se uniría a nosotros en el viaje. Me alegré ya que días antes todos mis mejores amigos dijeron que no iban a ir, la verdad es que a ellos no les gusta mucho andar en la naturaleza, por eso lo de Jose realmente me sorprendió. Excelente compañero de viaje, él habla demasiado y la confianza que nos tenemos, nos propició un nada aburrido viaje de ida.
Cuando llegamos me di cuenta de que todos ellos, Fiorella, Madison y Jose eran muy principiantes en caminos lodosos y se quedaban atascados a cada rato. Yo les enseñe un poco, les dije donde tenían que caminar, ósea sobre la vegetación y tratar de no pisar el barro, que por cierto se encontraba pateado por las personas que iban al frente y por lo tanto se encontraba muy suave. Pasamos debajo de árboles atravesados, sobre rocas y evitando caer al rio en trayectos.
Pero luego de toda esa ardua caminata llegamos a la Catarata del Toro. ¡Lugar sacado del paraíso!
Desayunamos, y recuerdo que esa mañana probé un ceviche de piña, algo totalmente nuevo para el paladar pero de un sabor excelente. Después de eso Jose y yo decidimos ir a bañarnos, el agua era fría, al punto de que la piel se sentía extraña en los primeros minutos. Pero a pesar de eso nada evito que nos lanzáramos desde una piedra, acto demasiado divertido y activo. Ya cansado de nadar me senté a tomar aire en una piedra que estaba dentro del agua y en ese momento llego una amiga que no veía hace ya unos 6 años, hablamos un poco pero fue un gusto enorme verla de nuevo.
Salí del agua luego de ese momento porque sabía que faltaba una cosa más por apreciar en ese lugar. Había que bajar un poco desde donde estábamos, lo que significaba seguir caminando más y más. Pero una vez más todo eso valió la pena.
Llegamos a una poza enorme, especial, era como una atracción turística, lo mejor de esta era que uno se podía tirar desde un lugar en lo más alto, aproximadamente unos 7 metros de altura. Mucha gente no se atrevía pero yo anteriormente lo hacía en Guanacaste con mis primos en una cataratas de por allá. Entonces así fue, ¡brinqué!, la caída se sintió más larga de los esperada, el agua al caer, como era de esperar, estaba súper fría, pero era justamente eso que me dibujo una sonrisa sincera en el rostro, esa adrenalina de estar vivo se sentía increíble.
Tratando de salir de la posa y mientras nadaba hacia la orilla, escuche que algunos por ahí decían: “Vean eso, un el pez pájaro”. Al ser estudiante de biología esa frase me llamo mucho la atención, al inicio pensé que se trataba de una especie de pez o algo, pero cuando me di cuenta de lo que realmente sucedía me alarme. La realidad era otra, un pájaro había caído dentro del agua y se estaba quedado sin energía, veía a la gente sin disposición de ayudarlo, así que nade hasta el, cuando llegue a auxiliarlo se encontraba muy cansado, hasta el punto donde había dejado de aletear. La agarre con una mano, mientras con la otra me ayudaba para nadar. ¡Una buena acción! Salve ese pájaro y para evitar que sufriera hipotermia le puse un paño encima. Lo deje en cuidado de mis amigas y me fui a tirar unos dos veces más. Ahí mismo almorzamos, y llego la hora la hora partir.
En el viaje de vuelta a casa, Jose y yo, tomamos los campos que se ubicaban a la par del chofer. Dormí al menos una hora y cuando me desperté resulto que Jose Daniel ya era amigo del chofer, por lo tanto pasamos todo el trayecto entre risas e historias provenientes del hombre que conducía. Creo que los tres sentimos ese viaje más corto de lo esperado. Al llegar a casa descansé como nunca, al acostarme a dormir con esa energía positiva que genera vivir al máximo durante la totalidad del día.
Ah! y ahí estoy yo, viviendo con el corazón.