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20668_Reto 3. Renovables y digitalización

Autor

Marc Alfonso Broseta

Fecha

10 de diciembre de 2024

BLOC I: Recursos naturales.

La República Democrática del Congo –RDC en adelante– acumula décadas ininterrumpidas de conflicto desde que, en 1960, lograse su independencia de Bélgica. La crisis actual que padece acarrea consecuencias humanas, económicas y sociales de una magnitud catastrófica, siendo varios los motivos que han conducido al país a este desenlace, pero destacando tres en particular: las guerras étnicas, la corrupción política y la lucha por los recursos (Amnistía 2024).

Éste último es, sin duda, el más importante en clave de la geopolítica de la energía. RDC cuenta con un territorio extremadamente rico en recursos naturales y minerales, incluyendo petróleo, carbón, agua –el río Congo podría abastecer de energía hidroeléctrica a todo el continente–, madera –el país dispone de la segunda selva tropical más grande del mundo tras el Amazonas–, cobalto, coltán, litio, cobre, diamantes, oro, estaño y tungsteno, motivo por el que los distintos actores, internos y externos, pugnan por el acceso y control de los mismos y emplean a milicias para tal fin, provocando, a su vez, más inestabilidad, disputas y muertes (Amnistía 2024).

Algunos de estos minerales son considerados estratégicos por su papel determinante en la transición energética, como por ejemplo el cobalto y el litio, dos componentes necesarios para el desarrollo de baterías eléctricas y otras tecnologías que reducen la dependencia de los combustibles fósiles, uno de los ODS fundamentales de la Agenda 2030. En el caso particular del cobalto, más del 60% del suministro mundial yace en RDC, agravando los problemas relacionados con su explotación, la falta de legislación y la destrucción medioambiental (IRENA 2019).

Estas situaciones ocurren por la idiosincrasia particular de la energía. Los productos energéticos no son únicamente un bien, sino que permiten acumular grandes cantidades de poder, un poder material real –hard power, según Nye– capaz de influenciar la toma de decisiones a nivel geopolítico y geoestratégico al relacionarse con el resto de estructuras de poder, desde el comercio y la economía hasta la seguridad y el conocimiento (Aarab 2022).

Estas estructuras dividen los planteamientos de los trabajos en Relaciones Internacionales entre aquellos de perfil más realista, asociando indivisiblemente la existencia de conflictos al control de los recursos debido a la primacía de la seguridad del suministro energético, concepto definido por algunos autores como “energy security” (Yergin 2021) y que aplica adecuadamente en RDC, mientras que otros, liberales, apuestan por la energía como un bien público nacional que favorece el desarrollo económico, por lo que los Estados deberían priorizar las instituciones que habilitasen el mercado y alejarse de la politización y desconfianza actuales, llegando incluso a cooperar entre potencias rivales al tratarse de un asunto “de rango superior” (Aarab 2022).

De especial importancia sería un giro hacia el neoliberalismo en este caso, pues gran parte de los países de África son considerados rentistas, es decir, sus ingresos por rentas procedentes de las exportaciones energéticas constituyen el grueso de su PIB. Para RDC esta cifra alcanza más del 40% según los datos del Banco Mundial, convirtiéndolo en un Estado muy expuesto y poco resiliente, requiriéndose un cambio de gobernanza que le permita aportar valor a la cadena de suministro de las tecnologías renovables (IRENA 2019).

Estas rentas, junto a otros problemas, forman parte de la conocida ‘maldición de los recursos’, una teoría que analiza cómo la dependencia de los recursos naturales impacta negativamente sobre la economía –al descuidarse otras industrias–, repercute en la calidad y estabilidad de las instituciones y promueve gobiernos autoritarios –bajo los que estallan multitud de guerras civiles– (Aarab 2022). Así lo defienden algunos autores, respaldados por datos empíricos que avalan que los países exportadores de recursos, como RDC, son más propensos al conflicto, menos democráticos y están más expuestos a los vaivenes del mercado global (Ross 2015).

Los países en vías de desarrollo, como el aquí estudiado, no disponen de las herramientas ni de la solidez gubernamental para efectuar por ellos mismos las modificaciones que impulsen su transición, ya sea democrática, productiva, económica o de cualquier índole, haciendo necesaria la intervención externa en materia de transferencias financieras, estructurales y tecnológicas. En el escenario internacional, las principales potencias juegan su papel en RDC.

El caso chino se incluye en su macroproyecto ‘Belt and Road Initiative’, mediante el que financia infraestructuras terrestres, marítimas y de transportes a cambio de beneficios comerciales. El primer avance se produjo con la firma de un contrato de explotación minera en 2008 pero, en el contexto de la pandemia de Covid-19, desde Pekín se cancelaron los intereses de varias líneas de crédito por valor de 45 millones de dólares que se habían avanzado a RDC a cambio de su participación en el BRI (Nyabiage 2021). En la misma línea, hace un año se renegoció el acuerdo dando acceso a China a depósitos de cobalto y cobre por valor de 93 billones de dólares (Hansrod 2023).

Del otro lado, el bloque occidental –EE.UU., la UE, Reino Unido, Canadá– y otras economías fuertes como Japón, Corea, India o Australia pertenecen al Minerals Security Partnership, una organización, a la que RDC se ha unido, enfocada en las oportunidades y obstáculos de la minería responsable en el curso de la transición energética en diversos sectores estratégicos con una demanda crítica de recursos (EC 2024). Estas iniciativas son importantes a la hora de tejer un marco legislativo enfocado en la cooperación, tratando de no perpetuar las operaciones ilícitas y corruptas de los grupos de influencia presentes en los países en desarrollo. No obstante, algunos miembros participantes, a título individual, promueven sus propias agendas. Es el caso de EE.UU. con el corredor de Lobito, una suerte de respuesta al BRI chino en forma de ferrocarril para el transporte de minerales, que conecta Zambia, RDC y Angola hasta salir al mar (Livingstone 2024).

Las energías renovables son la clave de la Cuarta Revolución Industrial: la inteligencia artificial, el big data, el internet de las cosas, la computación cuántica, la automatización y la robótica. Estos avances han cambiado cómo viven, trabajan y se relacionan las personas y requieren de multitud de recursos involucrados en que la cadena de suministro no se detenga.

La balanza de poder global, dominada de manera prácticamente unilateral por EE.UU. desde el final de la Guerra Fría, se ha alterado en la última década. China ha emergido dispuesta a contrarrestar el relato americano y domina muchos sectores intensivos en conocimiento y tecnología, desde coches eléctricos a chips semiconductores. El resto de países destacados en estas industrias se encuentran al alcance de sus esferas geográficas, sean Taiwán, Singapur, Corea o Hong Kong.

Trump vuelve al poder y con él los aranceles masivos al gigante asiático, un intento de freno directo a sus aspiraciones de liderazgo mundial. La UE, por su parte, sigue carente de herramientas de poder duro y recurre a la etiqueta de ‘potencia diplomática’, de dudoso valor en plena ola de guerras y crisis.

El mundo de la segunda mitad de siglo poco tendrá que ver con el actual. Quien mejor haya trazado sus estrategias a largo plazo se hará con el poder y China parece contar con la mejor mano.

DEBATE: La energía nuclear.

La energía nuclear siempre ha suscitado polémica y ha arrastrado una mala fama que, en muchas ocasiones, quizá no merezca. Grandes catástrofes como Chernobyl o Fukushima han dilapidado su aceptación popular a nivel global, así como la poca comprensión y nula formación sobre su funcionamiento de las que dispone la sociedad.

Desde el punto de vista meramente productivo, cuenta con la ventaja de ser una fuente con cero emisiones, lo que la convierte en una opción viable para cumplir con los objetivos climáticos globales, además de un complemento necesario para abastecer una demanda de suministro que las renovables por sí solas no van a poder satisfacer. Éstas últimas son, en muchos casos, intermitentes –por ejemplo, las energías solar o eólica–, mientras que la nuclear es capaz de generar grandes cantidades de energía de manera ininterrumpida.

Por otro lado, su mayor inconveniente es la gestión de los residuos, cuya radiactividad puede perdurar miles de años. A día de hoy, se almacenan dentro de contenedores sellados en el fondo de grandes piscinas en el interior de las propias centrales nucleares, a la vez que se están explorando otras opciones, como el entierro geológico profundo.

Nuevos avances tecnológicos, no obstante, empiezan a explorar la posibilidad de reutilizar los propios residuos para la generación de más energía, reduciendo los costes y aumentando la seguridad. Otras mejoras de cara al futuro son los pequeños reactores modulares –SMR–, eliminando la necesidad de las grandes y complejas infraestructuras de las centrales actuales, así como el verdadero ‘Santo Grial’ en este campo, la fusión nuclear, todavía lejos de alcanzarse.

Otro problema, claro, es que los mismos avances y descubrimientos realizados en el sector energético pueden aplicarse en el militar y dedicarse a la fabricación de armas y bombas, un fenómeno preocupante en tiempos como el actual, tensionado geopolíticamente y con varias guerras abiertas. La regulación y el arbitraje internacional por parte de organizaciones supranacionales es fundamental, así como posibles avances hacia un desarme nuclear global por parte de todas las potencias.

Existen alternativas, desde las renovables –solar, eólica o hidráulica–, hasta otras opciones como el hidrógeno verde o las fuentes orgánicas –biomasa y biogás–, las cuales también resultan interesantes para reducir la huella de carbono.

Sin embargo, en un contexto de premura por el escaso cumplimiento de los ODS en materia energética y climática, los Estados no deberían prescindir de una de las fuentes más estables de energía y responsable de alrededor del 10% del suministro global.

  • Álvaro Pascual Correas escribió:

El renovado interés por la energía nuclear, especialmente en países como España, radica en su capacidad para generar electricidad de manera constante y a gran escala sin emisiones directas de CO₂, diferenciándola de los hidrocarburos, responsables de la mayoría de las emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso de España, las 7 centrales nucleares en funcionamiento generaron en 2022 el 22% de la electricidad total, siendo esenciales para garantizar la estabilidad del sistema eléctrico y evitando la emisión de más de 20 millones de toneladas de CO₂ al año. Este papel es crucial en un contexto en el que la transición energética exige reducir la dependencia de combustibles fósiles, como el gas natural, cuya importación deja al país expuesto a la volatilidad del mercado y a tensiones geopolíticas.

En cuanto a la seguridad, aunque los opositores señalan los riesgos asociados a esta fuente de energía, es importante destacar que los reactores nucleares actuales han sido diseñados con tecnologías avanzadas que minimizan los riesgos de accidentes. En España, las centrales operan bajo estrictos protocolos de seguridad, lo que ha permitido un historial operativo sólido. Además, los beneficios ambientales y la estabilidad energética que proporciona la energía nuclear superan los riesgos percibidos, especialmente si se compara con los efectos devastadores de las emisiones de los hidrocarburos para la salud y el medio ambiente.

Alternativas como las energías renovables, aunque prometedoras, aún enfrentan desafíos relacionados con su intermitencia, lo que las hace depender de tecnologías de almacenamiento y sistemas de respaldo. En este sentido, la energía nuclear no compite directamente con ellas, sino que las complementa al asegurar un suministro constante, especialmente en momentos en los que la producción renovable es insuficiente.

En general, considero que existe un enorme desconocimiento sobre la energía nuclear por parte de la sociedad en su conjunto, un grupo donde yo mismo me incluyo y por ello en los últimos años he leído al respecto para poder formarme una opinión con cierta base. Otras energías y tecnologías cuentan con una imagen mucho más amable y el ciudadano puede acceder a ellas fácilmente a través de los medios.

De igual manera que la aviación comercial es el tipo de transporte más seguro pero cada accidente copa todos los titulares, los accidentes nucleares son increíblemente escasos pero tremendamente famosos –o infames–, llegándose a generar un aura mitológica a su alrededor –especialmente en el caso de Chernobyl, con multitud de contenido audiovisual basado en el suceso, desde series a libros, pasando por videojuegos–. La realidad es que los desastres de Chernobyl y Three Mile Island, dos centrales nucleares de II generación, con los reactores actuales de III y IV generación ya no podrían producirse. En Fukushima, desgraciadamente, se concatenaron un terremoto de casi 9 grados en la escala de Richter con el posterior tsunami.

El último desastre de gran magnitud cuya responsabilidad se deba a causas exclusivamente nucleares es, precisamente, el ocurrido en Ucrania en 1986, del que ya han pasado casi 40 años. Y en el futuro, con los pequeños reactores modulares, estos problemas quedarían todavía más disminuidos.

¿Hay que seguir investigando para reducir los riesgos de la energía nuclear? Sí.

¿Hay que asegurar su uso exclusivo en contexto energético y erradicar el militar? Sí.

¿Es necesaria la energía nuclear para cumplir con los objetivos climáticos? También.

BLOC III: El problema del comercio marítimo.

El comercio marítimo vertebra el mundo. Si desapareciese, el concepto de ‘globalización’ carecería de sentido, colapsarían los mercados, se hundiría la economía y cientos de millones de personas perderían su trabajo. Si en Cabaret se decía que “money makes the world go round”, en 2024 no sería descabellado sustituirlo por “shipping makes the world go round”. Unos 60.000 barcos pueblan las rutas de navegación por mares y océanos, responsables de mover alrededor del 90% de productos en circulación en los mercados.

Una muestra reciente e ilustrativa es el accidente del carguero Dali el pasado marzo, que en su camino al puerto de Baltimore chocó contra un pilón del puente Francis Scott Key. El siniestro forzó la paralización del tránsito marítimo durante dos meses, afectando notablemente a la economía de la región y repercutiendo en miles de trabajadores y sus familias (Yan 2024).

La prenda de ropa que cuelga del perchero en cualquier establecimiento se fabrica utilizando algodón que se recoge en EE.UU., teñido y tejido en India, desde donde llega a Vietnam para coserle unos botones de plástico procedente de Europa que se ha procesado en China. Los pesqueros escoceses envían sus capturas a China para ser fileteadas, llegando de vuelta listas para el consumo y, claro, con el eslogan “made in Scotland”. La caída del precio del transporte es la verdadera razón detrás del fenómeno de la globalización, con unos gastos de envío para el cliente similares al precio de un billete de metro a pesar de que el producto haya realizado un trayecto de 50.000 kilómetros en el interior de unos contenedores de carga cuya tarifa, de EE.UU. a China, no supera los 300 dólares. Así se generan las economías de escala, con unos buques cada vez más grandes –ya los hay de 400 metros de eslora– cuyas cargas alcanzan los 20.000 contenedores (Delestrac 2016).

En el pasado, los barcos contenían 200.000 piezas individuales que tardaban meses en cargarse y descargarse, mientras que actualmente las infraestructuras portuarias mueven miles de contenedores cada hora. Lejos quedan aquellos centros de producción inabarcables donde entraban todas las materias primas y salían los productos terminados. Hoy, el mundo entero es la fábrica (Delestrac 2016). Piezas y componentes se envían de unas regiones a otras para acabar ensamblándose en otra distinta, hasta tal punto que el producto local, de proximidad, es en muchas ocasiones más caro que el importado.

El transporte marítimo es un peso pesado de la economía mundial por valor de cientos de billones de dólares al año y, como tal, las grandes navieras –por ejemplo, Maersk– ostentan mucho poder. Sin embargo, el público general no las conoce. Se trata de una industria muy reclusiva, cuyo secretismo ha sido acuñado como ‘ceguera marítima’: 500 millones de contenedores al año de los que sólo el expedidor y el receptor conocen su carga, un 2% de inspecciones pese a las toneladas de drogas, armas, contrabando y falsificaciones que se mueven por esta vía y un marco legal que permite firmar los manifiestos portuarios bajo los términos “set to contain”, sin necesidad de mayor especificidad (Delestrac 2016).

Dicha laxitud normativa viene dada porque la financiación del organismo regulador en esta materia, la OMI –Organización Marítima Internacional–, procede de los propios miembros en relación al tamaño de sus flotas, que lideran Panamá, Liberia e Islas Marshall, países que participan de la conveniencia de banderas (Delestrac 2016) ofreciendo paquetes de beneficios a las navieras para que éstas zarpen de sus aguas a cambio de menores exigencias impositivas y peores condiciones laborales para la tripulación, con jornadas de casi 100 horas semanales y meses de aislamiento en unas ‘prisiones flotantes’ desconectadas del mundo exterior. De vuelta al caso del Dali, toda la tripulación se vio obligada a permanecer a bordo hasta que se logró mover el buque, a pesar de encontrarse varado en un canal situado en plena ciudad de Baltimore (Yan 2024).

Son prisiones desconectadas pero, desde luego, no inocuas. El nivel de emisiones de las 20 embarcaciones más grandes es superior al de todo el parque automovilístico del planeta y las 60.000 que están en circulación contaminan tanto, en conjunto, como Alemania o Japón (Delestrac 2016). Además, por su propio funcionamiento, expulsan toneladas de residuos –las llamadas ‘mareas transparentes’–, alteran el ecosistema marino con el ruido de sus motores y transportan en sus bodegas a especies que se convierten en invasoras al ser liberadas. Y, más grave todavía, las pocas revisiones y mantenimiento suponen más de 100 naufragios al año, una catástrofe ecológica irreparable. Se está empezando a probar la energía eólica y el gas licuado estimando una rebaja contaminante del 40%, aunque la actualización de toda la flota requerirá 30 años.

Estos ataques al medio natural han contribuido a acelerar el deshielo en zonas como Siberia y Canadá, abriendo rutas comerciales tres veces más rápidas y baratas que las habituales, acarreando también nuevos desafíos geopolíticos no contemplados hasta ahora (Delestrac 2016). En este sentido, hace unos meses la OMI aprobó la creación de dos zonas de control de emisiones en aguas árticas de Noruega y Canadá, de efecto a partir de 2026 (Humpert 2024).

Como conclusión y, a pesar de todo, conviene recordar el párrafo inicial: el transporte marítimo es más eficiente y barato que cualquier otra alternativa. Es indispensable, pero se necesita hacer sostenible su operativa.

Bibliografía y webgrafía.

Aarab, R. 2022. «La nueva geopolítica de la energía». FUOC.
Amnistía. 2024. «¿Por qué es República Democrática del Congo un país asolado por el conflicto?» Amnistía Internacional. https://www.amnesty.org/es/latest/campaigns/2024/10/why-is-the-democratic-republic-of-congo-wracked-by-conflict/.
Delestrac, D. 2016. «Freightened: El Precio Real del Transporte Marítimo». Polar Star Films.
EC. 2024. «EU and US welcome new members to Minerals Security Partnership». European Commission. https://policy.trade.ec.europa.eu/news/eu-and-us-welcome-new-members-minerals-security-partnership-2024-09-27_en.
Hansrod, Z. 2023. «Long road for DRC as it renegotiates minerals deal with China». Radio France Internationale. https://www.rfi.fr/en/africa/20230812-long-road-for-drc-as-it-renegotiates-minerals-deal-with-china.
Humpert, M. 2024. «IMO Approves Proposal for New Emission Control Areas in Norwegian and Canadian Arctic Waters». High North News. https://www.highnorthnews.com/en/imo-approves-proposal-new-emission-control-areas-norwegian-and-canadian-arctic-waters.
IRENA. 2019. «A New World: The Geopolitics of the Energy Transformation». International Renewable Energy Agency. https://www.irena.org/publications/2019/Jan/A-New-World-The-Geopolitics-of-the-Energy-Transformation.
Livingstone, E. 2024. «D.R. Congo’s mining capital is at the heart of Biden’s bid to counter China in Africa». NPR. https://www.npr.org/2024/12/04/nx-s1-5208953/dr-congo-mining-capital-us-china-lobito-corridor-minerals-copper-africa-angola.
Nyabiage, J. 2021. «China cancels Democratic Republic of Congo loans as it joins belt and road». South China Morning Post. https://www.scmp.com/news/china/diplomacy/article/3116837/china-cancels-democratic-republic-congo-loans-it-joins-belt.
Ross, M. L. 2015. «What Have We Learned about the Resource Curse?» Annual Review of Political Science 18: 239-59. https://doi.org/10.1146/annurev-polisci-052213-040359.
Yan, H. et al. 2024. «Almost 2 months after it destroyed Baltimore’s Key Bridge, the Dali cargo ship has been moved and docked. Here’s what’s next». CNN. https://edition.cnn.com/2024/05/20/us/baltimore-bridge-collapse-ship-relocation/index.html.
Yergin, D. 2021. «Russia’s Map. En: The New Map: Energy, Climate, and the Clash of Nations». Penguin Books.